Una encuesta de Microsoft estima que durante el último año el 76% de colombianos han experimentado algún tipo de contenido violento en redes sociales, incluyendo incitación al odio, acoso, insultos, violencia sexual o amenazas. Bajo este contexto, entender qué es la violencia en estos espacios nos permite empezar a imaginar un camino para reducir su impacto en nuestras vidas.
Con este objetivo tuve conversaciones con jóvenes de Medellín que usan frecuentemente las redes sociales y tienen un interés común en estudiar las culturas de paz. En estas conversaciones (compartidas en un reciente artículo publicado en la revista académica Social Media & Society) exploramos cómo, a medida que vivimos cada vez más a través de espacios digitales, la violencia entra a ser parte de nuestra dieta mediática.
Si bien el propósito inicial era hablar sobre violencia relacionada con el conflicto armado, las conversaciones rápidamente demostraron el amplio rango de violencias que experimentamos en las plataformas digitales: insultos en Facebook, videos de accidentes en Instagram, comentarios que ridiculizan el atuendo de alguien en TikTok, acosos a personas transexuales en Twitter, stickers en WhatsApp para burlarse de un compañero de clase, o videos sexuales filtrado en Telegram. Las redes sociales van más allá del conflicto armado para enmarcar otras formas más mundanas—pero no triviales—de violencia.
Todas estas manifestaciones se pueden organizar en cinco formas que toma la violencia en redes sociales. Primero, la violencia es representada a través de redes sociales—como, por ejemplo, cuando recibimos una foto de una masacre. Segundo, es ejercida directamente en redes sociales—como cuando recibimos insultos o amenazas como respuesta a alguna publicación. Tercero, es expandida por redes sociales—como cuando la delincuencia común utiliza mensajes directos para continuar cadenas de extorsión o estafa. Cuarto, la violencia es ejercida por las plataformas digitales—como cuando nos roban nuestra información personal o nos censuran. Y, finalmente, es naturalizada por redes sociales—como cuando nos acostumbramos a ver discursos que minimizan a las mujeres, restringiendo nuestra capacidad de transformar estas estructuras de opresión.
Estas formas de exposición a la violencia interactúan de forma compleja con los contextos en los que vivimos, ya sean en nuestro barrio, ciudad, país, o en otro lugar lejano. Las múltiples manifestaciones de violencia son fácilmente accesibles y transformadas a través de las redes sociales. De esta manera, la violencia que vivimos en estas plataformas se conecta con entornos violentos de los que normalmente no nos sentiríamos tan cercanos.
Cada plataforma organiza nuestra experiencia con estas formas de violencia de manera distinta. Por ejemplo, en Twitter (ahora X) suele ejercerse cuando los usuarios comparten contenidos nocivos o comentan las publicaciones de otros. En Facebook, se manifiesta a menudo en los comentarios de publicaciones. Por el contrario, en Instagram suele ser simbólica, como cuando la exposición de una vida perfecta pero inaccesible causa serios daños psicológicos. Por su parte, WhatsApp es una fuente de violencia privada e íntima, es decir, violencia que no es visible para los demás y que a menudo procede de personas conocidas, como familiares o amigos.
Comprender este fenómeno permite empezar a evaluar los impactos que tiene en nuestra vida y en sociedades con largas historias de violencia, como la colombiana. Una mirada integral evidencia la necesidad de promover culturas de paz dentro y fuera de los ambientes digitales.
Bajo esta perspectiva, la política actual de la mayoría de plataformas de moderar contenido que incluya cierto tipo de lenguaje o imágenes es un esfuerzo superficial –aunque necesario– para atender la violencia en sus plataformas. Solo un trabajo multisectorial, en el que iniciativas legislativas, tecnológicas y culturales se coordinen para identificar y combatir la toxicidad en redes sociales puede responder a la complejidad de la violencia digital.
Como dice la politóloga francesa Françoise Vergès: "¿Podemos imaginar abordar sólo una parte de esta violencia sin tener en cuenta el resto? ¿Podemos seguir fingiendo que no vemos que todas estas formas de violencia se refuerzan mutuamente?"
En Colombia, donde empresas como Meta y Google tienen libertad de decidir qué es violencia y qué no (y por ende, con qué violencia debemos vivir en redes), es urgente sentar una agenda política, educativa, y cultural que afronte este reto con respuestas y medidas que se ajusten a las experiencias locales.
Esteban Morales es candidato doctoral de la Universidad de British Columbia (Vancouver, Canadá). Su área de investigación es la intersección entre tecnología y sociedad, con especial interés en los procesos mediante los cuales los ciudadanos y las comunidades aprenden, resisten y se apropian de los medios digitales. Esteban tiene experiencia en el estudio de datos digitales, violencia en línea, alfabetización mediática y educación para la paz, entre otros. Puedes conocer más de su trabajo en www.esteban-morales.com o a través de Twitter (o X) en @EstebanMoralesV.